jueves, 21 de agosto de 2025

Shunkai, una historia, aún actual.

 

La exquisita SHUNKAI, cuyo otro nombre era Suzu, fue obligada a casarse en contra de su voluntad cuando aún era muy joven. Más tarde, tras la disolución de ese matrimonio, asistió a la universidad, donde estudió filosofía.

Ver a Shunkai era enamorarse de ella. Además, dondequiera que iba, ella misma se enamoraba de los demás. El amor la acompañó durante su etapa universitaria y, posteriormente, cuando la filosofía dejó de satisfacerla y visitó un templo para aprender sobre el budismo zen, los estudiantes zen también se enamoraron de ella. Toda la vida de Shunkai estuvo impregnada de amor.

Finalmente, en Kioto, se convirtió en una verdadera estudiante del zen. Sus compañeros en el subtemplo de Kennin elogiaban su sinceridad. Uno de ellos, de espíritu amable, la ayudó en el dominio de esta práctica.

El abad de Kennin, Mokurai —Trueno Silencioso— era severo. Él mismo respetaba estrictamente los preceptos y esperaba lo mismo de los sacerdotes. En el Japón moderno, cualquier fervor que estos sacerdotes hubieran perdido por el budismo parecía haberse trasladado al deseo de tener esposas. Mokurai solía tomar una escoba y ahuyentar a las mujeres cuando las encontraba en alguno de sus templos, pero cuantas más esposas expulsaba, más parecían regresar.

En ese templo en particular, la esposa del sumo sacerdote se sintió celosa de la seriedad y la belleza de Shunkai. Escuchar a los estudiantes elogiar su práctica comprometida del Zen la hizo sentir celos y envidia. Finalmente, difundió un rumor sobre Shunkai y el joven que era su amigo. Como consecuencia, él fue expulsado, y Shunkai también fue obligada a abandonar el templo.

«Puede que haya cometido el error del amor», pensó Shunkai, «pero la esposa del sacerdote tampoco debería permanecer en el templo si mi amigo va a ser tratado tan injustamente».

Esa misma noche, Shunkai, con una lata de queroseno, prendió fuego al templo de quinientos años de antigüedad y lo redujo a cenizas. Por la mañana, fue detenida por la policía.

Un joven abogado se interesó por ella y se esforzó por reducir su condena. “No me ayudes”, le dijo. “Podría decidir hacer otra cosa que solo me llevaría de nuevo a prisión”.

Finalmente, cumplió una condena de siete años y fue liberada. Durante su tiempo en prisión, incluso el alcalde, de sesenta años, se enamoró de ella.

Pero ahora todos la veían como una “convicta”. Nadie quería relacionarse con ella. Incluso los practicantes del zen, que supuestamente creen en la iluminación en esta vida y con este cuerpo, la rechazaron. Shunkai descubrió que el zen era una cosa, y sus seguidores, otra. Sus parientes tampoco querían tener contacto con ella. Se enfermó, empobreció y debilitó.

Conoció a un sacerdote Shinshu que le enseñó el nombre del Buda del Amor, y en ello encontró algo de consuelo y paz mental. Falleció siendo aun exquisitamente hermosa, con apenas treinta años.

Escribió su propia historia en un esfuerzo desesperado por sostenerse, y parte de ella se la contó a una escritora. Así llegó su relato al pueblo japonés. Aquellos que la rechazaron, que la calumniaron y la odiaron, ahora leen sobre su vida con remordimiento.

  

 Fuente Bibliográfica: 101 cuentos zen, al cuidado de Nyogen Senzaki y Paul Reps.                                                                                                                                     Ed. Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores

Fuente Web: The Story of Shunkai


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La vida Shunkai, Suzu, ofrece una ventana a las experiencias de las mujeres budistas en el Japón premoderno. Mientras que los detalles específicos sobre su biografía son escasos, su existencia resuena con las historias de monjas zen que buscan la iluminación y la igualdad en el camino espiritual doblemente desafiante.

Tres puntos que me gustaría destacar son los siguiente

·         Rechazo social y prejuicio: A pesar de la sinceridad de Shunkai y su genuina búsqueda espiritual, es juzgada por su pasado y por el simple hecho de ser mujer en espacios dominados por estructuras patriarcales. Su presencia incomoda no por lo que hace, sino por lo que representa: una ruptura con los roles tradicionales asignados a las mujeres.

·         Hipocresía religiosa: El contraste entre los principios del Zen —como la compasión, la iluminación y la no discriminación— y el comportamiento excluyente de sus seguidores evidencia una profunda incoherencia entre la doctrina y la práctica. Esta doble moral revela cómo incluso los espacios espirituales pueden reproducir dinámicas de poder injustas.

·         Falta de empatía y sororidad: La percepción de la mujer como rival, en lugar de aliada, pone en evidencia que la discriminación hacia las mujeres no proviene únicamente de los hombres, sino que también puede ser ejercida por otras mujeres. La actitud de la esposa del abad refleja una ausencia de sororidad, donde el juicio y la exclusión, debido a emociones poco nobles, reemplazan la comprensión y el apoyo mutuo.

 Adriana Etsuho

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